lunes, mayo 13, 2024
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Así fueron las últimas horas del General Sandino antes de su cobarde asesinato

  • Ricardo J. Cuadra García

La cena que el presidente Juan Bautista Sacasa ha ofrecido en Casa Presidencial, en la Loma de Tiscapa, al general Augusto C. Sandino, ha concluido. Son las diez de la noche y la luna, tímida, tapándose la mitad del rostro, ilumina Managua.

Sandino, quien vestía botas altas, amarillo-oscuras, pantalones de montar kaki y camisa guerrera de gabardina verdácea, agradece la hospitalidad del mandatario y se retira con su séquito. Hacía menos de un mes que había suscrito los Convenios de Paz.

Después de firmar la paz, el 2 de febrero, Sandino viajó varias veces a Managua a entrevistarse con Sacasa para discutir las violaciones que la Guardia Nacional hacía al convenio, asesinando y persiguiendo a los miembros del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional.

El doctor Federico Sacasa, hermano del presidente, acompaña a Sandino hasta la puerta. Sandino, su padre don Gregorio y el Ministro de Agricultura de Sacasa, Sofonías Salvatierra, se colocan en la parte trasera del vehículo Chevrolet.

Sus lugartenientes generales Francisco Estrada y Juan Pablo Umanzor van adelante con el chofer Francisco Rodríguez.

Mientras bajan de La Loma, al acercarse al retén de El Hormiguero observan que el paso está obstruido por un vehículo, Ford GN5, aparentemente con desperfectos mecánicos. Sandino ordena bajar la velocidad.

El pacto de sangre

Horas antes, a eso de las cuatro y media de la tarde, mientras el teniente Abelardo Cuadra Vega dirigía el training de unos boxeadores en el ring del “Campo de Marte”, se le acercó el subteniente César Sánchez (primo del general Anastasio Somoza García). “Dice el General Somoza, que te espera en su oficina a las seis de la tarde” y añadió: “Se trata de un asunto de mucha importancia que el General quiere tratar con algunos oficiales”. Y se marchó.

Según el relato de Cuadra Vega, en su libro: Hombre del Caribe, cinco minutos antes de las seis de la tarde llegó a la oficina del General Somoza en el Campo de Marte, donde encontró reunidos a los siguientes oficiales: General Gustavo Abaunza, Jefe del Estado Mayor; Coronel Samuel Santos-Jefe de Operaciones e Inteligencia; Mayor Alfonso González Cervantes, Jefe de la “Pagaduría”; Capitán Lizandro Delgadillo, Jefe de la 15ª. Compañía;  Capitán Francisco Mendieta, Jefe de Abastos; Capitán Policarpo Gutiérrez, de Servicio Temporal en Managua; Capitán Carlos Tellería, Oficial ayudante.

También se encontraban el Capitán Diego López Roig, nacido en Costa Rica, pero residente y con familia en Nicaragua; Teniente Federico Davidson Blanco, oficial ejecutivo de la 17ª. Compañía; Teniente José Antonio López, jefe de la Policía de Managua; Teniente Ernesto Díaz, Segundo Jefe de la Policía de Managua; Subteniente César Sánchez, Oficial Ejecutivo de la Primera Compañía; y Camilo González Cervantes (empleado civil del Campo de Marte, que a veces se apodaba General).

“Llegué completamente ajeno a lo que iba a tratarse, pero en cuanto escuché las primeras palabras y opiniones que salían de los corrillos formados en la Oficina, me di cuenta de que se trataba de solucionar las dificultades existentes entre Sandino y la Guardia Nacional”, relata Cuadra Vega en sus memorias.

Somoza García llegó cerca de las 7 de la noche a la reunión. Cuando entró a la oficina todos guardaron un silencio sepulcral y se sentaron en semicírculo. Tacho sentado en su escritorio les dijo: “Les he mandado a llamar por ser ustedes oficiales de mi entera confianza y para someterles a sus consideración la solución que debe darse a las dificultades que existen entre la vida del General Sandino y la vida de la Guardia Nacional. Yo vengo ahora mismo de Legación Americana y he presentado al Ministro (Arthur) Bliss Lane, este mismo problema, y él me ha prometido su apoyo incondicional”.

“La actuación de Sandino, tomando en cuenta las últimas declaraciones dadas por él a La Prensa, son una prueba evidente de su ambición y esto indica que nosotros, en representación del Ejército y por la paz de Nicaragua, debemos tomar una resolución contundente, pero necesaria”, añadió.

Todos los presentes estuvieron de acuerdo con el asesinato de Sandino y para que ninguno negara su participación en el crimen, Somoza García ordenó al capitán Mendieta que redactara un documento conocido como “El pacto de sangre” y que todos lo firmaran.

Concluida la reunión, Somoza García se reunió en privado con los capitanes Delgadillo y Gutiérrez, y los tenientes López y Davidson Blanco. Seguidamente el jefe director de la GN se marchó a un recital que daría en el Campo de Marte una declamadora peruana de nombre Zoila Rosa Cárdenas, quien esa noche recitaría poemas de Rubén Darío.

Según publicaciones del historiador Roberto Sánchez Ramírez, desde antes de la reunión de “El pacto de sangre», Somoza García tenía el complot montado.

Durante todo el día 21 el general Sandino y la casa de don Sofonías Salvatierra, donde se alojaba, habían estado bajo vigilancia. Se sabía que el general Sandino había salido hacia la Casa Presidencial junto con su padre, don Sofonías, los generales Estrada y Umanzor. En la casa quedaron su hermano Sócrates y el coronel Santos López.

“Párese el carro, al que levante la mano lo tiran”

El sargento de la GN, Juan Emilio Canales, quien fungía como escolta del general Somoza García sale del interior del vehículo, que impedía el paso y grita: «Párese el carro, al que levante la mano lo tiran ¡Todos a tierra!».

Los generales Estrada y Umanzor “se pistolean”, pero Sandino les pone las manos en los hombros y les dice: “un momento, esto es una equivocación, yo voy a arreglar la situación” y dirigiéndose a Canales le dice: “Qué es lo que pasa, yo soy el General Augusto César Sandino”, y al escuchar esto salió el capitán Lizandro Delgadillo, quien se encontraba escondido con su patrulla de Guardias en un montarascal gritando:  “Si a vos es que te queremos hijueputa, manos arriba o los tiramos aquí mismo, entreguen las armas”. Todos fueron desarmados”.

La hija del presidente Sacasa, Maruca, quien pasó por el lugar en su vehículo fue testigo de la captura de Sandino y dio parte a su padre. Pero Somoza, horas antes, había ordenado que no salieran llamadas desde Casa Presidencial, para que Sacasa no interfiriera en sus planes.

Todos los acompañantes de Sandino fueron conducidos a pie hasta la cárcel El Hormiguero. Permanecen allí por un tiempo en el patio, vigilados con ametralladoras, hasta que llega el pelotón de guardias que comanda Carlos Eddy Monterrey.

Sandino, Estrada y Umanzor son montados en un camión militar, el GN1. Don Gregorio y Salvatierra permanecen en El Hormiguero, de donde fueron “rescatados” más tarde por el embajador norteamericano.

Llegaron cerca de las once de la noche al barrio Larreynaga, a un lugar oscuro y desolado, donde había un camino de carretas. Delgadillo le dice a Sandino que se baje. Y Sandino le pregunta: “¿Es que de verdad que me quieren matar?” Y Delgadillo le respondió: “Esa es la orden superior que tengo”.

Delgadillo no tuvo el valor

Según las memorias de Abelardo Cuadra Vega, Sandino, quien era Masón Grado 33 y Delgadillo era Príncipe Rosacruz, apeló a la Masonería, pero Delgadillo le dijo que no podía hacer nada; pero Sandino también le recordó había sido su superior en la Guerra Constitucionalista Liberal y habían combatido juntos contra los Conservadores.

Delgadillo había sido capitán bajo las órdenes de Sandino en el combate de Las Mercedes en 1926. Y le pidió que los dejara en libertad. Entonces Delgadillo le dijo: “Mire General, voy a mandar un correo a ver si Somoza da la contraorden”.

Delgadillo mandó a Juan Emilio Canales a decirle a Somoza que la ejecución estaba lista y que si había nuevas órdenes. Cuando llegó Canales al Campo de Marte donde se desarrollaba el recital, le habló al oído a Tacho y este le respondió sonriendo para disimular ante la concurrencia: “Decile a Delgadillo que él tiene sus órdenes, y que las cumpla o me va a tener que responder a mi o que se aliste”.

Mientras regresaba Canales, a Sandino y sus dos generales los tienen rodeados y parados en el camellón del camino carretero. Sandino pidió agua y se la negaron; después pidió permiso para ir a orinar, y uno de los Guardias le ripostó: “¡Orínese aquí, rejodido!”. Entonces fue el Gral. Francisco Estrada el que terció diciéndole a Sandino: “General, no les pida nada a estos hijueputas, deje que nos tiren”.

Sandino comprendió que todo está terminado, se metió las manos en las bolsas delanteras de su pantalón y después de unos segundos de meditación dijo su útima frase: “¡Jodido, mis líderes políticos me han embrocado!”.

Cuando llegó Juan Emilio Canales, le dijo al oído a Delgadillo el mensaje de Somoza, y el Capitán Delgadillo habló con el subteniente Carlos Eddy Monterrey y le dió estas instrucciones: “Mirá: vos te vas a volar a Sandino. Yo voy a estar allá, y señaló un punto un tanto retirado, cuando yo dispare mi pistola, vos disparás y das la orden de disparar al pelotón. Delgadillo no quería ver cuando mataban a Sandino por un asunto de la Masonería y porque había sido su jefe en la Guerra Constitucionalista Liberal de 1926.

Sandino se sentó en el camellón de tierra que forman las ruedas de las carretas, y acto seguido también se sentaron Estrada y Umanzor. Monterrey sacó su pistola y se paró como a metro y medio de Sandino, le apuntó a la cabeza y esperó el disparo con que Delgadillo daba la orden de la ejecución.

Monterrey le dijo a los Guardias: “Cuando yo dispare, ustedes también disparan”. Monterrey estuvo atento al disparo de Delgadillo y cuando sonó el balazo, Monterrey disparó su pistola y atravezó la cabeza de Sandino de la sien izquierda a la sien derecha, casi simultáneamente dispararon todos los Guardias del pelotón, matando a Estrada y Umanzor.

Los cadáveres del General Sandino y compañeros fueron subidos al camión que los había traído, y fueron llevados a un lugar apartado del Campo de Marte, donde Somoza constató que se habían cumplido sus órdenes.

A todos se los llevaron a los terrenos del Aeropuerto Xolotlán, cerca del entonces Hospicio Zacarías, en donde fueron enterrados en una fosa común, no sin antes despojarlos de todas sus pertenencias y golpearlos ya sin vida.

Inmediatamente, el presidente Sacasa condenó y ordenó una investigación del crimen sin resultado alguno. El 12 de marzo el padre de Sandino se vio obligado a exiliarse en El Salvador. El 3 de junio Somoza García, en un banquete en el Club Social de Granada, baluarte del conservatismo, aceptó la responsabilidad del hecho; y el Congreso Nacional aprobó un decreto de amnistía para todo aquel que hubiese cometido cualquier delito desde el 16 de febrero de 1933 hasta la fecha.

¿Dónde están los restos de Sandino?

Según escritos de Roberto Sánchez Ramírez, en 1944, Somoza García sintió tambalear su régimen dictatorial, por lo que decidió entonces sacar los restos de los sepultados el 21 de febrero de 1934. Varias versiones son coincidentes en ciertos aspectos. Según Carlos Eddy Monterrey, Juan Emilio Canales y el general Gustavo Abaunza, los restos fueron sacados en una operación que dirigió Luis Somoza Debayle.

Monterrey y Canales coinciden en que llevaron los restos a la Hacienda Santa Feliciana, propiedad de Somoza García que se extendía al sur de la Laguna de Tiscapa. Allí esperaba José Somoza, exactamente donde estuvo el restaurante Los Gauchos y ahora está una discoteca. En ese lugar quemaron los restos y esparcieron las cenizas.

Otra versión señala que los restos fueron metidos en sacos y lanzados desde un avión en el lago de Managua.

¿Quiénes mataron a Sandino?

Para el periodista e investigador Jesús Miguel (Chuno) Blandón, autor del libro: “Entre Sandino y Fonseca”, los principales autores de la muerte de Sandino, además de Somoza y el embajador norteamericano Arthur Bliss Lane,  fueron José María Moncada, Gustavo Abaunza Torrealba; los generales Carlos Pasos Montiel, Emiliano Chamorro, Bartolomé Víquez, y el doctor Carlos Cuadra Pasos.

Sandino no era del agrado de esos generales liberales y conservadores, a quienes calificaba como traidores, por lo que no era de extrañarse que lo quisieran ver muerto.

José María Moncada, era tío y padrino de Somoza. Su influencia fue determinante para que lo nombraran Jefe Director de la Guardia Nacional. Somoza había sido traductor de Moncada en el Espino Negro; después fue su asistente personal. Moncada siempre acompañó a Somoza en los momentos más cruciales de su agitada vida política y éste no tenía por qué ser la excepción, señala “Chuno” Blandón en su libro.

Moncada odiaba a Sandino, quien lo había exhibido ante el mundo como traidor después del pacto del Espino Negro. Desde entonces, Moncada era incondicional de la Embajada Americana.

Somoza se responsabiliza del crimen

“Bueno señor”, dijo el General Somoza alzando los hombros y extendiendo los brazos, se lo diré a Ud. Ya es tiempo de que el mundo lo sepa. Estas habladurías no hacen bien a nadie. Se lo voy a decir pudiendo usted escribirlo. Sandino en el Norte quemaba, mataba y arrasaba. Mataba nicaragüenses, sus compatriotas, mis compatriotas, cuyas vidas era mi deber proteger. Bajo cualquier ley y en cualquier país merecía la muerte.

Pero por razones políticas aquí en Nicaragua no podía ser aprehendido y ejecutado. Por eso es que yo, Jefe Director de la Guardia Nacional, ordené su ejecución. Y por lo cual mis hombres lo capturaron y lo ejecutaron.

Lo hicimos por el bien de Nicaragua. (Párrafo del escritor norteamericano James Saxon Shilders, traducido al español de su libro “Sailing South American Skies”, editado en 1936 por la Casa Farrar & Rinehart Inc., de New York).

  • Artículo publicado en la revista Dale Pues!
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