Cada quinto domingo de Cuaresma, la ciudad de Masaya, en Nicaragua, se convierte en el escenario de una de las expresiones más singulares del turismo religioso en Centroamérica: la peregrinación de San Lázaro.
Esta tradición reúne a fieles que acuden a la Iglesia Santa María Magdalena, en el barrio indígena de Monimbó, para presentar a sus mascotas ante la imagen del santo, considerado protector de los enfermos y de los animales.
La jornada comienza desde temprano, con familias que llegan desde distintos puntos del país. Llevan en brazos a sus perros, muchos de ellos vestidos con trajes coloridos y simbólicos, como expresión de promesas cumplidas o en búsqueda de un favor especial.
Aunque los atuendos pueden parecer llamativos, el motivo de fondo es profundamente espiritual: agradecer por la salud, pedir por una recuperación, o simplemente mostrar respeto al santo al que se encomiendan.
Dentro del templo, el ambiente es solemne. Los fieles ingresan en silencio, cargando a sus mascotas, y encienden velas como ofrenda.
Se escuchan oraciones, murmullos de gratitud, y algunos testimonios que hablan de curaciones o mejorías atribuidas a la intercesión de San Lázaro.
La imagen del santo, ubicada en el altar mayor, es el centro de la devoción y recibe cada año a centenares de peregrinos acompañados por sus animales.
Fuera de la iglesia, el ambiente adquiere un carácter más festivo. Se realiza un pequeño desfile donde los animales, vestidos según la promesa de sus dueños, recorren las calles entre música, fotografías y curiosos que se suman como espectadores.
Esta mezcla entre lo devocional y lo popular forma parte de la riqueza cultural de la peregrinación.
El origen de esta tradición se remonta a más de dos siglos, aunque su historia se conserva principalmente de forma oral.
Algunos estudiosos vinculan la costumbre con antiguas creencias indígenas sobre el papel espiritual de los perros, las cuales fueron integradas al culto católico tras la evangelización.
Según versiones locales, hubo milagros atribuidos a la bendición de animales, lo que fortaleció la devoción popular.
Como toda manifestación religiosa con fuerte arraigo comunitario, la peregrinación de San Lázaro ha sido objeto de algunas críticas. Se señala, por ejemplo, la comercialización en los alrededores del templo, con venta de accesorios religiosos y disfraces para mascotas.
Sin embargo, para la mayoría de los participantes, el evento sigue siendo una forma sincera de expresar su fe y su vínculo con sus animales.
La peregrinación de San Lázaro no es solo un acto religioso, sino también una oportunidad para conocer una faceta única de la espiritualidad nicaragüense.
Para quienes visitan Masaya durante esta fecha, es posible observar de cerca cómo las creencias se manifiestan a través de costumbres locales profundamente arraigadas, donde el respeto por la vida animal se une al fervor religioso.
Participar en esta celebración ofrece al visitante una experiencia cultural y espiritual.
Además, permite conocer el patrimonio intangible de Masaya, una ciudad reconocida por su identidad indígena, su artesanía y sus tradiciones vivas.