Hervé Jean-Pierre Villechaize (París; 23 de abril de 1943 – Hollywood, Los Ángeles, California; 4 de septiembre de 1993) fue un actor francés que padecía enanismo. A los tres años le fueron diagnosticados problemas agudos de tiroides.
Su padrastro, que era cirujano, trató de efectuarle diversos tratamientos quirúrgicos con infructuosos resultados, dejando su altura definitiva en 122 cm, por lo que Villechaize padeció enanismo. Durante su infancia sufrió de abuso infantil por parte de sus compañeros de colegio. Rechazó eufemismos y solicitaba ser identificado como un «enano» en vez de una «persona pequeña».
Estudió bellas artes y con 21 años abandonó Francia para dirigirse a Estados Unidos, donde participó como actor en varias producciones. Su mayor éxito tuvo lugar con El hombre de la pistola de oro (1974), mítica película de la serie de 007, donde interpretó a «Nick Nack». Del mismo modo trabajó en La isla de la fantasía (1978-1984), donde interpretó el personaje de Tattoo.
Los productores tuvieron problemas con Villechaize debido a conductas impropias con sus parejas femeninas y por sentir Villechaize que su presencia vitalizaba la serie sin ser apropiadamente retribuido, por lo que fue despedido. En España se hizo muy popular en 1988 gracias a las imitaciones del entonces presidente del gobierno, Felipe González, en el programa Viaje con nosotros, de Javier Gurruchaga.
En 1972, contrajo matrimonio con Anne Sadowski, de quien se divorció en 1979. En 1980 se casó con Donna Camile Hagen, una actriz de segundo orden que participó en la grabación de algunos episodios de la serie, de la cual se separaría prontamente en 1982.
Alos 50 años, Herve Villechaize pasaba las últimas noches de su vida agobiado por dolores intensos que no le permitían dormir en posición horizontal. Arrodillado sobre un almohadón y con su cuerpo arrumbado contra el lado de un sofá para poder respirar con alivio, el pequeño actor de 122 centímetros de estatura intentaba conciliar el sueño.
Lejos habían quedado sus tiempos de gloria en los que él era Tattoo, el brioso hombrecito de traje blanco y moño negro de La isla de la Fantasía que anunciaba la llegada de los visitantes con su mítico grito: «¡El avión, el avión!».
Muchos años después de esas exclamaciones que lo hicieron famoso mundialmente, sumido en la oscuridad de su casa de North Hollywood, en Los Ángeles, el carismático artista de origen parisino decidió que había llegado el último capítulo de su propia historia. El 4 de septiembre de 1993 Hervé Villechaize volvió a despertar el interés mediático y de toda la gente que lo había olvidado. Con un disparo en el pecho, le había puesto fin a su vida.
Hervé nació en París, el 23 de abril de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial. Algunas biografías señalan que la llegada al mundo fue en una ambulancia, en medio de un bombardeo sobre la ciudad luz.
A los tres años, su padre, que era cirujano, notó que algo no andaba bien con el crecimiento del pequeño. Luego de algunas consultas, el matrimonio Villechaize supo que su hijo sufría una especie de enanismo relacionada con desórdenes de la glándula tiroides.
A partir de ahí, el papá de Hervé empeñó todos sus conocimientos de la medicina y los de sus colegas para modificar la situación de su hijo, que fue sometido a infinidad de cirugías y tratamientos dolorosos y crueles, que nunca dieron resultado. El pequeño Hervé resistía estoico cada prueba. Lo que más lo atormentaba no eran las intervenciones sobre su cuerpo, sino el rechazo de su madre que, a causa de su condición, lo consideraba «un monstruo».
El mundo era entonces un lugar descarnado para los niños diferentes. «A los seis años yo sabía que no había lugar para mí», escribió el propio Hervé en su postrera carta antes de matarse.
Sin embargo, más allá de las dificultades, el adolescente Villechaize comenzó a estudiar arte en el instituto Beaux-Arts de París, donde demostraría talento para la pintura. Llegó incluso a montar una exposición bien recibida por la crítica especializada cuando contaba apenas con 18 años.
Pero la capital de Francia continuaba hostil contra el artista -recibía burlas y de vez en cuando alguna golpiza-, que esperaba algo mejor para su vida. Así fue como a los 21 años decidió partir a los Estados Unidos en busca de nuevos horizontes para su arte.
A esa edad, el joven Hervé ya contaba con una personalidad fuerte, un magnetismo particular y una fuerza vital que lo llevaba a disfrutar, a veces en exceso, de los placeres de la vida. Especialmente de la compañía femenina. Sus biografías cuentan que, encerrado en la habitación de un hotel barato de Nueva York, perfeccionó su rudimentario manejo del inglés mirando en televisión películas de John Wayne y Steve McQueen.
Dispuesto a conquistar el mundo, y mientras no abandonaba su faceta como pintor y también fotógrafo, Hervé apostó por un futuro como actor. Consiguió en principio algunos roles secundarios en obras de teatro y luego en el cine, donde obtuvo su primer papel en la película Chappaqua, de 1966.
Pero su gran batacazo en el terreno cinematográfico ocurrió en 1974 cuando le tocó interpretar a Nick Nack, un particular villano, elegante y con bombín, nada menos que en la película número nueve de la saga de James Bond: El hombre de la pistola de oro.
Allí, Villechaize compartió pantalla con el 007 interpretado por Roger Moore, y con el legendario Christopher Lee, que era el señor Scaramanga -el hombre de la pistola de oro del título-, el malvado principal del filme. Moore aseguró que Hervé era “un maníaco sexual con una lujuria antinatural”.
Quizá sea por la memorable escena de la película en la que Nick Nack enfrenta a botellazos al indestructible Bond -el espía termina encerrando al hombrecito en una maleta para luego deshacerse de él- o su manera señorial de plantarse frente a la cámara.
Nadie sabe, pero el asunto es que unos años después alguien recordaría su actuación para convocarlo a un proyecto televisivo que haría historia.
«¡El avión! ¡El avión!»
Corría el año 1977. La carrera del pequeño actor parecía haberse estancado, pero la oportunidad volvió a golpear a su puerta. O mejor dicho, a su ventanilla, porque en el momento en que Hervé fue llamado para actuar en La isla de la fantasía, se encontraba viviendo en el interior de un auto.
Aaron Spelling, el megaproductor de las series televisivas más exitosas de los ’70 y ’80 había visto a Hervé interactuar con James Bond y había pensado en él para su nuevo proyecto: un programa semanal donde la gente llega por aire a una isla paradisíaca en la que se cumplen todas sus fantasías, sean las que sean.
Ricardo Montalbán era el galán que interpretaba al señor Roarke en esta serie de la cadena norteamericana ABC, y Hervé sería Tattoo, su ayudante y una de las grandes atracciones del programa.
En la presentación de la serie, que quedó sin dudas en la historia de la televisión universal, el pequeño Tattoo zamarreaba la campana de una torre y gritaba «¡El avión! ¡El avión!» con una voz particular y de un timbre muy reconocible.
Tattoo le dio a Hervé una fama mundial y lo llevó sin dudas hasta el punto de más alto de su carrera. Ese pequeño anfitrión de la isla, con sonrisa pícara, pómulos altos, ojos achinados y algo de acento francés se convirtió en una estrella televisiva rutilante. Y rica. Entre 1978 y 1983, protagonizó 131 episodios de la serie, en la que llegó a ganar unos 25.000 dólares por capítulo.
Pero dos situaciones entrelazadas acabarían con el período dorado de Hervé como gran animador de la serie. El primero, su casamiento con una actriz y modelo que llegó a actuar en un episodio de la serie, llamada Camila Haggen.
Ella fue la segunda esposa de Hervé, y posiblemente la mujer de su vida, pero a poco de unirse en matrimonio en 1980, empezaron a tener constantes conflictos.
A su vez, Hervé sentía que su papel en La isla de la fantasía no estaba suficientemente recompensado y exigió a los productores ganar el mismo dinero que el anfitrión en jefe de la serie, Ricardo Montalbán.
Algunos biógrafos consideran que la intransigencia del actor en este pedido tenía que ver con los desequilibrios emocionales provocados por las dificultades en su relación con Camila, que lo hacían sentir algo así como poco considerado por el mundo.
El principio del fin
El asunto es que, no solo que la exigencia monetaria de Hervé no fue satisfecha, sino que, en abril de 1983 grabó su última participación en la serie. Lo habían echado. Pero como una forma sutil de justicia en favor de Tattoo, la serie apenas duró una temporada más luego de su partida. No era lo mismo sin el pequeño y elegante ayudante.
A partir de entonces, todo fue cuesta abajo para Hervé. Camila lo dejó y él se entregó a la vida licenciosa, de gastos excesivos en alcohol, fiestas y mujeres.
Para él, era habitual tomarse dos botellas de vino por día. Y sus constantes excesos y escándalos lo alejaban cada vez más a las posibilidades de acercarse a un set televisivo. Nadie quería contar con él para nuevos proyectos. La estrella luminosa de Tattoo parecía haberse extinguido para siempre.
Los problemas de salud de Hervé se incrementaban también con el tiempo. Y el sufrimiento crecía. Junto a sus dificultades de crecimiento, el actor no había desarrollado del todo sus pulmones, pero el resto de sus órganos tenían la dimensión de los de una persona de estatura promedio, lo que le producía intensos dolores.
Además, padecía de úlceras estomacales y problemas intestinales. Y terribles crisis relacionadas a una profunda depresión.
En sus tiempos de fama y opulencia, para vivir con Camila, Hervé compró un inmenso rancho en las estribaciones del Valle de San Fernando, en Los Angeles, donde había construido la piscina más cara de todo Hollywood. Cuando arreció el divorcio y la falta de trabajo, el rancho fue vendido y el actor tuvo que alquilar una vivienda en North Hollywood.
Hervé vivía de presentaciones en lugares nocturnos o en convenciones, y de algunas apariciones esporádicas en algunos programas de televisión o comerciales, como el de las donas Dunkin, donde detrás de un mostrador gritaba su famosa muletilla referida a la llegada del avión. Se había convertido, lamentablemente, en una caricatura de sí mismo.
En el año 1988 apareció sorpresivamente en la televisión española para interpretar al presidente del país de entonces, Felipe González. En la parodia, en la que era entrevistado por el actor Javier Gurruchaga disfrazado de una periodista, el actor hablaba su francés natal traducido por subtítulos.
Y no escatimó tampoco en escándalos. En el año ’85 tuvo que pagar una multa por no haber declarado la portación de un arma cargada.
Un año más tarde, habría pateado y amenazado a un hombre que le trajo un documento legal por una disputa civil con una de sus exesposas y más tarde fue demandado por su arrendador, al que le debía unos 3300 dólares de alquiler.
El final
En el año 1992, Hervé fue internando con una neumonía que llegó a superar milagrosamente. Y en septiembre del año siguiente, decidió darle un corte a su vida. «Si te levantás todos los días y te sentís horrible, simplemente te rendís. Él estaba cansado de luchar», declaró luego del suicidio del actor su amigo y agente, el productor David Brokaw.
Aquella jornada del final, Hervé miró una película -se dice que El mago de Oz- con su tercera mujer, Kathy Self, y cuando ella se fue a acostar aprovechó para salir al patio y grabar un mensaje de despedida.
Se puso dos almohadones en el pecho para acallar el ruido del impacto, y gatilló. Murió horas después, en el hospital local.
A su mujer le dejó todas sus pertenencias terrenales y las siguientes palabras grabadas: «Kathy, ya no puedo vivir así. Siempre he sido un hombre orgulloso y siempre quise hacerte sentir orgullosa de mí. Sabés que me hiciste sentir como un gigante y así es como quiero que me recuerdes».
25 años después de su muerte, Villechaize volvió a ocupar un lugar -virtual- en la pantalla chica cuando una película de HBO llamada Mi cena con Hervé recreó su vida.
En el filme, el Tyrion Lannister de Games of Thrones,Peter Dinklage, interpreta a Villechaize. Allí se narra el encuentro real entre el pequeño actor y el periodista irlandés Sacha Gervasi, en una bizarra entrevista de tres noches que se produjo justo antes del suicidio.
En la biopic citada, el personaje de Hervé, mujeriego, excesivo, fanfarrón, egocéntrico, vulnerable, querible, sentencia una frase que quizás pueda ser un buen resumen de su existencia: «Yo solo tenía la fantasía de que algo o alguien me quitara el dolor de vivir».