En los años 50 no había sitio para para personas como él. La segregación se extendía por Estados Unidos, razón por la que su triunfo entrañó aún más valor.
Harry Belafonte (Nueva York; 1 de marzo de 1927-Nueva York, 25 de abril de 2023) consiguió superar las barreras raciales gracias a su mezcla de folk con ritmos caribeños y a un elaborado discurso activista, que entroncó con el movimiento por los derechos civiles que empezaba a germinar en las fecundas tierras americanas.
El «rey del calipso» ha muerto este martes a los 96 años en su casa del Upper West Side, en Manhattan, según ha publicado The New York Times citando a su representante, que achaca su muerte a una insuficiencia cardiaca.
El músico, actor y activista por los derechos de las personas negras marcó una época en los 50 cuando rompió todas las barreras en un mundo en el que los jamaicanos como él no tenían cabida.
Aunque no era pionero, Belafonte caminaba a hombros de gigantes. Louis Armstrong y Ella Fitzgerald habían abierto camino: los artistas negros comenzaban a tener un pequeño hueco en primera plana, si bien debían ser excepcionales para merecer acceder al olimpo de la fama.
De origen jamaicano, Belafonte nació en el barrio neoyorquino de Harlem, y exploró los ritmos caribeños que corrían por sus venas.
Day-O (The Banana Boat Song) y Jamaica Farewell fueron sus primeros éxitos, que dieron la vuelta al mundo. Su álbum Calypso, que contenía ambas canciones, alcanzó la cima de la lista de álbumes de Billboard poco después de su lanzamiento en 1956 y permaneció allí durante 31 semanas… justo antes del auge de Elvis Presley, se decía que era el primer álbum de un solo artista en vender más de un millón de copias.
Vendía discos, pero también desataba la locura cuando interpretaba su música en directo: apuesto y carismático, cautivaba al público con interpretaciones dramáticas de un repertorio que abarcaba tradiciones populares de todo el mundo, desde alegres calipsos como Matilda hasta canciones «de labor» como Lead Man Holler, pasando por tiernas baladas como Scarlet Ribbons.
En 1959 era el actor negro mejor pagado de la historia, con jugosos contratos para apariciones en Las Vegas, en el Teatro Griego de Los Ángeles y en el Palace de Nueva York.
Triunfaba encima del escenario, y también antes las cámaras. Se interesó en la actuación y se inscribió en el Taller Dramático de Erwin Piscator, donde sus compañeros de clase incluían a Marlon Brando y Tony Curtis.
Pronto se convirtió en uno de los primeros actores negros en triunfar en Hollywood, compartiendo protagonismo con Sidney Poitier, como en la película Buck y el farsante.
Fue finalmente Poitier quien se encumbró con el gran actor negro de su generación, en parte gracias a películas que ponían en jaque los prejuicios racistas, como Adivina quién viene a cenar esta noche.
El giro activista
La situación de Estados Unidos, y en concreto de la comunidad negra dentro del país, empezó a preocupar a Belafonte más que hacer música y cine. Aunque continuó con su carrera artística, lo hizo mucho más volcado en la concienciación sobre los derechos civiles, para lo que se alió con su principal defensor: Martin Luther King.
Fueron amigos y colaboradores en la búsqueda de la igualdad, y trabajaron juntos en el Comité Coordinador Estudiantil No Violento y en la Conferencia de Liderazgo Cristiano del Sur.
Harry Belafonte participó también en la Marcha sobre Washington de 1963, sacó de la cárcel a King y le ofreció su apartamento en Manhattan. Tras su asesinato en 1968, se hizo cargo de su familia.
«Me gustaría dejar de responder preguntas como si fuera el portavoz de ‘mi gente’», dijo en una entrevista en los años 60 en The Washington Post, refiriéndose a la comunidad negra.
En la misma entrevista, señaló con pesar que aunque cantaba música con «raíces en la cultura negra de los negros estadounidenses, África y las Indias Occidentales», la mayoría de sus seguidores eran blancos.
Aunque tuviera un posición preeminente, Harry Belafonte seguía sufriendo el racismo de la época. Lo demuestran diferentes acontecimientos, como la prohibición de la película Una isla al sol, de 1957, en la que se sugería un romance entre su personaje y el que interpretaba la blanca (y rubísima) Joan Fontaine.
Mostrar «amor interracial» era considerado todavía un acto impúdico, especialmente en los Estados del sur de Estados Unidos, razón por la que incluso se presentó un proyecto de ley en Carolina del Sur para multar a cualquier cine que proyectara la película.
El propio Belafonte explicó en diferentes ocasiones cómo se le había prohibido el acceso a restaurantes, teatros e incluso cómo se había cuestionado sus apariciones en televisión si estaba acompañado de mujeres blancas.
El color de su piel fue siempre un problema, incluso en ocasiones para los propios negros, que veían en sus abuelos blancos (su abuelo paterno y su abuela materna) ecos de un privilegio que él habría heredado gracias a «una piel no tan oscura».
De hecho, en Trinidad denunciaron que fuera conocido como «el rey del calipso»: veían apropiación cultural en ese apodo.
Tras vivir un corto periodo de su juventud en Jamaica (su madre era jamaicana), regresó a Nueva York, pero abandonó el colegio y en 1944 se alistó en la Matina. Allí conoció las obras de Du Bois y comenzó a interesarse por «la historia negra».
Durante su estancia en en Virginia, conoció a Marguerite Byrd, con quien se casó en 1948, y tuvieron dos hijos: Adrienne Biesemeyer y Shari Belafonte, que le sobreviven, al igual que sus dos hijos con Robinson, Gina Belafonte y David, y ocho nietos.
Con apariciones esporádicas en cine y televisión, en la década de 1980 ayudó a organizar un boicot cultural a Sudáfrica, así como el concierto Live Aid y la grabación de We Are the World, que recaudaron dinero para combatir la hambruna en África.
En 1986, alentado por algunos líderes del Partido Demócrata del Estado de Nueva York, consideró brevemente postularse para el Senado de los Estados Unidos. En 1987 reemplazó a Danny Kaye como embajador de buena voluntad de UNICEF.
«Políticamente activo» hasta el final
En 2011 fue el tema de una película documental, Sing Your Song, y publicó su autobiografía, My Song. En 2014, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas le otorgó el Premio Humanitario Jean Hersholt en reconocimiento a su lucha de toda la vida por los derechos civiles y otras causas. El honor le otorgó «un fuerte sentido de recompensa».
Políticamente activo hasta el final, tras oponerse en su momento a la guerra de Irak hizo campaña contra Donald Trump. Habitual de columnas de opinión en la prensa americana, fue beligerante hasta el fin de sus días, denunciando las injusticias, la falta de igualdad y la diferencia de oportunidades.