23 de diciembre de 1972. Treinta segundos fueron más que suficientes para matar a Managua. La ciudad, una de las más modernas y bonitas de Latinoamérica, estaba vestida de Navidad y aún celebraba eufórica el excelente desempeño de la Selección Nacional, que consiguió el tercer lugar en la XX Copa Mundial de Beisbol, con una histórica victoria sobre Cuba. Celebración que terminó drásticamente cuando el reloj de la Catedral se detuvo a las 12:35 A.M.
Un devastador terremoto, de 6,2 grados en la escala de Richter, sorprendió a todos, la mayoría dormidos. Una espesa nube de polvo cubría los barrios.
Los sobrevivientes, asustados, salieron a las calles, ante la tragedia gritaban y estallaban en llantos o simplemente miraban, incrédulos en la oscuridad asfixiante. Dos sismos posteriores agudizaron el terror. El resto de la madrugada se volvió interminable, angustiosa.
La luz del día reveló la siniestra verdad: apilados sobre las aceras, los cadáveres de las víctimas parecían interminables, un laberinto de escombros de casas, árboles, postes y edificaciones cubrían patios y calles, el tendido eléctrico sobre el suelo; y llorosos familiares escarbando entre las ruinas con la esperanza de encontrar aún con vida a los suyos.
La mayoría murió mientras dormían, otros en bares donde bailaban y tomaban celebrando la víspera de la navidad. Todos terminaron en una fosa común en el Cementerio General.
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Los cánticos de navidad y los Sones de Pascua fueron sustituidos por una terrible sinfonía de gritos, gemidos y llamados de auxilio que se escuchaba por todas partes.
Los preparativos y regalos se mezclaron con la sangre, el terror y el desconsuelo. En diciembre de 1972 no hubo Noche Buena. Para muchos, ese fue un ensayo del Juicio Final.
Según cifras oficiales, el terremoto terminó con las vidas de más de 10 mil personas y dejó 720 mil damnificados. Fueron afectados casi el 90% de los edificios de una de las principales capitales de Centroamérica.
Las numerosas construcciones de taquezal, los cimientos poco profundos y los daños remanentes del terremoto de 1931 evidenciaron la vulnerabilidad de la ciudad, señala un estudio realizado por Sergio Ruiz Hernández, Máster de Inmigración y Cooperación Internacional.
El sismo provocó también un fuego que se prolongó por dos semanas, y debido a que los servicios de bomberos de la capital quedaron destruidos fue necesaria la cooperación de los bomberos de Costa Rica y usar el agua del lago Xolotlán para poder acabar con las llamas que consumían los pocos restos que sobrevivieron al movimiento telúrico.
La catástrofe provocó un desequilibrio en los servicios básicos como el agua, energía eléctrica y el transporte, lo que propició los asentamientos espontáneos, muchos de los cuales aún subsisten hasta nuestros días.
Los barrios más antiguos de Managua se situaban hacia lo que es ahora la parte norte. Allí se concentraban las principales zonas productivas de la capital y los edificios más representativos.
La Catedral Santiago de Managua resultó parcialmente destruida, el Palacio de Telecomunicaciones quedó totalmente destruido, así como también el antiguo Banco Central y el Hospital General de Managua “El Retiro”.
Dos edificios que son testigos de la tragedia son el Teatro Nacional Rubén Darío, recién construido en 1969; y el Hotel Intercontinental, hoy Hotel Crowne Plaza, quien albergaba a un ilustre huésped: el multimillonario y excéntrico Howard Hughes.
La cafetería para noctámbulos Tico-Nica; la Gasolinera Victoria; la Barbería de Mincho González; la discoteca Sonoraza; el Edificio Carlos Cardenal, la primera tienda comercial con escalera eléctrica en Nicaragua; el Club Nocturno “El Embasador”, en donde varias veces se presentó Daniel Santos y también cantó el colombiano José María Peñaranda; el Hotel Lido Palace; el Club Social – Managua¸y el Club Terraza; solo existen ahora en la memoria de la Vieja Managua.
Su efecto en la economía
El terrible terremoto de 1972, hizo que de las 70.000 casas que se calcula que por entonces existían en Managua, 53.000 quedaran total o parcialmente destruidas, es decir, aproximadamente el 75% de las viviendas de la capital quedaron inutilizables.
Se calcula que por entonces, en dichas casas vivía un promedio de 6 personas por vivienda, por lo que 318.000 personas se quedaron sin vivienda ni sitio donde dormir.
Con respecto a las Pequeñas y Medianas Empresas (PYMES) de la capital, se calcula que el 95% quedaron totalmente destruidas, en su mayoría pequeños talleres y fábricas, así como 11 grandes fábricas.
Y es que aproximadamente el 80% de la producción industrial del país se encontraba en la capital, con lo cual se puede imaginar la debacle económica que supuso el terremoto.
En cuanto a la parte comercial, en Managua estaba concentrado el 60% de la actividad comercial del país, de la cual se calculó que el 90% quedó inutilizable.
La mayor parte de locales que albergaban oficinas públicas del gobierno fueron destruidos por el sismo, lo que afectó en gran medida, sobre todo en la recaudación de impuestos, por lo que se calcula se dejaron de ingresar alrededor de 38.6 millones de dólares.
El terremoto ocasionó el desempleo al 57% de la población económicamente activa, o sea, alrededor de 51.700 cabezas de familia, por tanto, afectó a alrededor de 250.000 personas directamente.
Además, el terremoto destruyó los principales hospitales del país (se perdieron más de 1.600 camas de hospital), con lo cual se hacía más difícil la atención a los heridos.
También quedaron inutilizables las escuelas públicas y privadas del país, destruyendo el sismo 720 de 1.142 aulas de primaria y 391 de las 567 aulas de secundaria disponibles por entonces. Además, las tres universidades del país quedaron seriamente dañadas.
El desastre hizo que hubiera un éxodo de decenas de miles de personas desde esa misma fatídica madrugada.
Las Carreteras Norte, Sur, Nueva a León y la de Masaya se fueron congestionando por el desfile de vehículos donde huían los temerosos sobrevivientes.
Con el fin de evitar una epidemia que hubiese sido de grandes proporciones, se ordenó evacuar la ciudad a la mayor brevedad posible y comenzó el éxodo más doloroso y triste que recuerda la historia de Nicaragua.
Hubo saqueo, primero por delincuentes comunes el mismo día del desastre, y después por habitantes de los barrios pobres de Managua. Fueron saqueadas las casas comerciales, los almacenes, supermercados, tiendas, depósitos, iglesias, colegios públicos y privados, además de los bienes personales en las casas abandonadas por los atemorizados dueños.
En la zona devastada nunca más sería utilizada por las clases más pudientes; aquí se instalarían los más pobres junto con los migrantes del campo a la ciudad, en las casas semidestruidas por el terremoto.
Los más pobres que perdieron sus casas tuvieron que instalarse en un nuevo barrio; el OPEN 3, conocido ahora como Ciudad Sandino.