Amediados de los setenta, una nueva heroína llegaba a la pantalla chica. Tomando como punto de partida el popular cómic de DC, en noviembre de 1975 se lanzó una serie basada en la Mujer Maravilla con Lynda Carter en el papel central. Si bien los superhéroes comenzaban a ser moneda corriente en la televisión, las superheroínas no lo eran tanto, y por ese motivo la actriz se encontró ante una feroz batalla que superaba por mucho las aventuras que protagonizaba en la ficción todas las semanas.
Los programas basados en personajes de DC siempre gozaron de mucha popularidad. Desde los viejos seriales en cine de Batman y Superman hasta llegar a la versión del encapotado de Adam West en 1966, que fue un verdadero fenómeno en la pantalla chica. Siguiendo esa línea, a comienzos de los setenta empezó a circular la idea sobre un programa basado en la Mujer Maravilla. El canal ABC puso en marcha la realización del piloto con el protagónico de Cathy Lee Crosby.
La extenista devenida a actriz se ponía en la piel de la guerrera, pero el piloto no terminó de cumplir con las expectativas del canal. En esa historia se reformuló a la heroína como una suerte de espía que contaba con todo tipo de artefactos tecnológicos (el guionista del piloto fue John D.F. Black, quien pocos años después escribió varios episodios de Los ángeles de Charlie, otra ficción centrada en mujeres espías). Voces oficiales de ABC concluyeron que el episodio tuvo un rating «respetable, pero no precisamente maravilloso», y por ese motivo cancelaron el proyecto.
Como Warner Bros había adquirido a DC hacía muy pocos años, y estaba empecinada en monetizar los personajes de la editorial sí o sí, decidió que lo mejor era repartir y dar de nuevo.
Warner y ABC confiaban en que trabajar otro enfoque podía ser mucho más seductor para el público, y rápidamente se puso en marcha un relanzamiento de Mujer Maravilla en la tele. Esta vez sí, la intención concreta fue la de ser respetuosos con el material original y con el nacimiento que Diana Prince tuvo en las historietas, allá por 1941.
Creada por el psicólogo William Moulton Marst, la Mujer Maravilla era una guerrera criada en la Isla Paraíso. Su origen como amazona, un entrenamiento severo, sus brazaletes y el lazo de la verdad la convertían en una gran defensora de la justicia. Y el nuevo piloto tomó varios de estos conceptos con el fin de respetar su esencia.
Para encargarse de esta segunda versión convocaron al guionista Stanley Ralph Ross, un veterano escritor televisivo que había trabajado en la Batman de Adam West pero que también contaba en su currículum con un proyecto muy extraño: un cortometraje de cuatro minutos titulado La Mujer Maravilla: ¿quién le teme a Diana Prince?. Filmada en 1967, esa fue una prueba para ver las posibilidades del personaje en la televisión. El clip de solo cuatro minutos alcanzó para que los ejecutivos lo descarten, alegando que una serie de acción protagonizada por una mujer no iba a ser de interés. De esa forma, y siete años después, Stanley Ralph Ross tuvo la posibilidad de volver a escribir una adaptación de la heroína para la pantalla chica.
Con el tono de la historia definido, quedaba entonces el paso más difícil de todos: encontrar a la Diana perfecta.
Lynda Carter, la amazona que casi queda en la calle
Según contó Cathy Lee Crosby, los productores del relanzamiento de Mujer Maravilla la llamaron para proponerle nuevamente el rol, pero ella declinó la oferta. De esa manera, la producción puso manos a la obra para encontrar a la nueva Diana Prince.
Se estima que unas dos mil mujeres se presentaron al casting. El interés por interpretar ese papel era muy elevado, no solo porque se trataba de un protagónico femenino en una televisión en la que no abundaban ofertas de ese tipo, sino también porque era la primera serie centrada en una heroína de acción. Entre las muchas aspirantes al título, se encontraron las futuras «ángeles de Charlie» (Farrah Fawcett, Jaclyn Smith y Kate Jackson), e incluso Angela, la esposa de David Bowie. Finalmente la elegida fue una actriz con muy poca experiencia, que había ganado notoriedad en 1972 al coronarse como Miss Mundo de Estados Unidos. Su nombre era Lynda Carter.
En noviembre de 1975 se emitió el piloto de la nueva Mujer Maravilla, y el entusiasmo fue inmediato. El canal dio luz verde al proyecto y luego de algunos meses de filmación, en abril de 1976 llegaron los capítulos que terminaron de conformar la primera temporada. Sin lugar a dudas, el carisma de Carter era el mayor atractivo de la ficción, y gracias a ese papel su vida cambió para siempre. Como varias veces recordó, su situación laboral era muy precaria y así lo confesó en una entrevista: «Solo tenía 25 dólares en mi cuenta bancaria cuando recibí la llamada de mi representante confirmándome que había sido elegida para el rol». De hecho, hasta que recibió su primer pago, debió pedir un préstamo que le permitiera pagar el alquiler.
La novata actriz era muy consciente del nivel de exposición que significaba estar al frente de la primera serie de una super heroína, y defendía su lugar a como diera lugar. Su compromiso con la ficción era enorme, ella participaba de varias decisiones creativas, y hasta intentaba realizar muchas de las escenas de acción que en otras circunstancias hacían las dobles de riesgo. Una de sus más grandes ideas tuvo que ver con el característico giro en el que Diana se convertía en su alter ego. En una nota para Entertainment Weekly, Carter explicó: «En las historietas, Diana simplemente se apartaba y volvía a escena ya vestida como la Mujer Maravilla. Pero para la serie, los productores no encontraban la manera de encarar ese cambio. Yo era bailarina, entonces les propuse que podía dar unos giros o hacer algún tipo de pirueta. Luego de eso, solo fue necesario que le agregaran unos efectos de explosiones».
Carter debía hacer valer su nombre en un medio dominado por los hombres, y en una entrevista, se refirió al poco equilibrio que había en materia de género en la televisión de la época: «En ese momento debían llevar las discusiones al extremo con el fin de no ceder en la lucha por los derechos de las mujeres». En varias notas la actriz confesó que debió combatir incansablemente contra el machismo de los setenta, aunque destacó a un actor como una de las pocas excepciones: «Christopher Reeve siempre fue maravilloso conmigo».
La Mujer Maravilla marcó un momento de coyuntura en términos de visibilizar un mayor protagonismo de la mujer en la pantalla chica, y uno de los productores del show, Douglas Cramer, concluyó en una nota: «No creo que hubiéramos visto una Roseanne Barr ni muchas de las cosas que luego sucedieron en la televisión si no hubiera estado la Mujer Maravilla allanado el camino».
La firmeza con la que Lynda defendía su lugar, la llevó a una fricción con su contraparte masculino. Lyle Waggoner era una figura de la televisión que coqueteó brevemente con el mundo de las historietas cuando estuvo muy cerca de quedarse con el papel de Batman que luego tuvo Adam West. En la Mujer Maravilla, el actor interpretaba a Steve Trevor, el interés romántico de Diana Prince. Pero como a veces sucede, la química delante de cámara poco tenía que ver con las tensiones que se vivían en el set de rodaje. Al parecer, buena parte de la tensión se resumía a que Lynda cobraba más que él, algo extremadamente inusual en el Hollywood de aquella (y de esta) época.
El final de Diana Prince
Uno de los mayores logros en la serie fue la habilidad de los productores y guionistas para cambiar la estructura de la historia según las exigencias. Luego de una primera temporada muy costosa debido a la reconstrucción de época (la acción transcurría en los cuarenta), el canal ABC decidió que no podía seguir adelante con el programa.
La producción ideó una solución, y fue que en la segunda temporada, la trama diera un salto al presente. NBC adquirió los derechos para transmitirla la historia que ahora transcurría en los setenta, con Lyle Waggoner interpretando no a Steve Trevor, sino a su hijo (en el caso de Diana Prince, no había necesidad de ninguna justificación debido al lento envejecimiento de la heroína).
Luego de dos temporadas muy exitosas, sin embargo, la ficción quedó discontinuada. En septiembre de 1979 se emitió el episodio número sesenta, que marcó el cierre de la historia. El rating había caído notablemente, y CBS no quiso producir un cuarto año. Carter, por su parte, decidió focalizarse en su incipiente carrera musical y dejó atrás a Diana.
A lo largo de los años posteriores, Lynda Carter homenajeó incontables veces a la Mujer Maravilla, y siempre se refirió a ese trabajo como uno de los más importantes de su carrera. Pero a diferencia de otras estrellas de la época que volvían a sus personajes más icónicos, en varias oportunidades ella se rehusó a volver a interpretarla.
Mientras otras series de ese período tuvieron episodios especiales a modo de epílogo, Carter rechazó cualquier forma de regreso por considerar que ese era un recurso «patético».
Como sucede con el Superman de Christopher Reeve, Lynda Carter aún hoy es la versión definitiva de la Mujer Maravilla. A pesar de las otras adaptaciones que hubo de la heroína, el impacto cultural del show tuvo una mística tan única, que ni el paso de las décadas borró del imaginario popular esa enorme canción y ese característico giro que hizo de la actriz la interpretación definitiva de la heroína.