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Así comenzó el impactante idilio entre Chespirito y “Doña Florinda” — mucho más intenso que en la serie

Con la emisión de la tan esperada serie “Chespirito: sin querer queriendo”, el romance entre Roberto Gómez Bolaños y Florinda Meza ha sido revivido con tintes dramáticos.

Lo que se cuenta en pantalla es apenas la superficie. Los verdaderos entretelones de ese tórrido amor —lleno de traiciones, silencios elocuentes y un primer beso inolvidable— nos transportan a un mundo de emociones contenidas y decisiones explosivas.

Corrían los primeros años de los setenta cuando ‘Doña Florinda’ irrumpió en los estudios de Televisa. Se presentaba como actriz, y él, un hombre ya consolidado, vio en ella una chispa distinta: “Tú eres una mujer diferente…”, le susurró en más de una canción, más de un poema, más de una flor inesperada.

Durante cinco largos años, la fascinación fue un secreto apenas susurrado, terminado en un cortejo constante que incluyó flores entregadas hasta en domingos, incluso cuando ambos tenían vidas ajenas —él, con esposa e hijos; ella, con compromiso formal.

La bioserie recrea una cena incluyente donde el vínculo nace entre copas y miradas, en una grabación de Acapulco. Pero la realidad, como siempre, es más intensa. Según el actor Rubén Aguirre, ese discernimiento ya existía durante una gira por Chile, donde la tensión en el aire se cortaba con cuchillo.

Allí, bajo luces de hotel, se vivió la conversación que jamás volvió a ser la misma:

Florinda: “Si tienes un matrimonio, tienes hijos y tu mujer es linda y buena, ¿por qué haces todo esto?”

Roberto: “Siento que a veces mi vida está vacía… me gustaría que alguien me besara.”

Florinda, sin dudar: “Si quieres besar a alguien, bésame a mí.”

Ese beso —y las palabras susurradas luego, en la intimidad del lugar— fueron el punto de no retorno. Él venía de dieciocho años de matrimonio; ella rechazaba romances con figuras poderosas. Sin embargo, admitió que “cayó, como hoja en mar revuelto”, rendida ante ese beso que conmocionó sus sentidos.

Un noviazgo armado con promesas y temores

Tras ese día con sabor a infidelidad, ambos enfrentaron una encrucijada: él debía separar su vida con Graciela Fernández y ella, aceptar un futuro incierto.

Estaba en juego su estabilidad emocional y laboral, pero ese fuego no se detuvo. Florinda le exigió ser “la única mujer”, y él, inmerso en un matrimonio de seis hijos, descubrió que no cabía nada más en su existencia.

Rubén Aguirre reveló que los rumores ya circulaban dentro del elenco —entre ellos un amorío previo de Florinda con Carlos Villagrán— y que muchos percibían la inminente tormenta emocional.

Incluso, tras romper su compromiso con Enrique Segoviano —director de la serie—, Florinda se entregó a ese vínculo nuevo, aunque aún había sombras sobre su vida amorosa.

Del idilio clandestino al juramento público

En octubre de 1977, Roberto pidió formalmente el divorcio. Ahí comenzó —en los pasillos de Televisa, en hoteles, en giras— un noviazgo clandestino que duraría más de 27 años. Para ambos, fue un paso arriesgado: ella renunciaba a la ilusión de ser una figura pasajera, y él a la solidez de su anterior hogar.

El beso en Chile se transformó en ritual: cada 12 de octubre lo celebraban con champaña, rememorando las palabras y emociones que desencadenaron su historia.

En el cierre de sus vidas conjuntas, repitieron ese brindis. Él, en franca batalla con la enfermedad, lo pronunció días antes de morir en noviembre de 2014.

La boda tardía y un legado que se niega a morir

Casi tres décadas después del primer beso, en 2004, la pareja legalizó su relación con una boda tardía —luego de 27 años de una profunda comunión afectiva.

No tuvieron hijos, pues Roberto se había sometido a una vasectomía años antes.

Hoy, su historia sigue fascinando. Con la bioserie en pantalla —y Florinda manteniéndose vigilante tras bambalinas para defender su imagen—, el romance volvió a la palestra pública.

Una historia de amor que, por su pasión y sus contradicciones, no es ningún guion televisivo… sino la trama de una vida real marcada por besos clandestinos y corazones en transformación.

Lo que “Chespirito: sin querer queriendo” retrata con glamour en dos minutos, ocurrió con mayor crudeza en la vida real: un idilio de años, un beso inolvidable en Chile, el fin de un matrimonio de 18 años, y un compromiso que llegó tras casi tres décadas de amor adulto y decidido.

Su historia sigue intacta: un clásico del teatro televisivo, pero sobre todo, un relato de amor prohibido, resistencia emocional y pasión reinventada que sigue acaparando titulares.

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